Ponerse a divagar y a
filosofar, aunque sea a pequeña escala, escuchando música es de lo
más habitual. Existen incansables debates a cerca de cuál es
verdaderamente la buena música y cuál no. Para empezar, es
importante conocer a fondo la historia del jazz, la historia del rock
y, ya que nos ponemos, también la música clásica y hasta incluso
tener nociones de solfeo. Es evidente que todo esto ayuda
inmensamente a comprender y a apreciar mejor la buena música y, lo
más importante, a disfrutarla de verdad. Pero no lo es todo, por
supuesto que no.
Si hay algo
verdaderamente cierto en todo este asunto enrevesado y controvertido
de la calidad musical es que es más fácil de lo que pensamos
distinguir la buena música de la que no lo es sin caer en la
subjetividad. El método no es otro que el de aumentar la capacidad
de escuchar con atención. Pasamos por la vida oyendo como por
automatismo, sin una disciplina o un simple placer de escuchar los
sonidos de las cosas. Pero, de repente, se hace el silencio y todos
nos percatamos. Toda interpretación musical tiene un mensaje
implícito en sus notas, sus letras, su orquestación, sus guitarras,
sus sintetizadores, su percusión, su ritmo, su cadencia, su voz...Y
la buena música es la que consigue transmitir ese mensaje. La que
consigue que nos alcance su intención primera y última, que algo en
nosotros cambie, que evoquemos realidades alternativas o recuerdos,
que viajemos, que sintamos algo; ese inconfundible “nosequé”.
Es por eso mismo que
rápidamente sabemos cuando una canción no es buena. Hay que partir
siempre de la idea básica de que la música es arte y, como tal,
tiene que tener unas bases artísticas, incluso artesanales, valga la
redundancia, para llegar a ser buena música. No se debe andar
comerciando con la música y convirtiéndola en subproductos de
calidad nefasta. El arte que se compra y se vende pierde su valor. En
una reciente entrevista a la cantautora española Christina
Rosenvinge, a propósito de una referencia a Lou Reed y su Walk On
The Wild Side en la letra de uno
de sus singles, salió el tema a colación y comentó: “sólo la
música que se compone con el alma y con la intención de manifestar
algo al mundo, puede llegar a ser música de calidad”. Creo que por
eso nos duele que personajes que no merecen ser nombrados sean
llamados artistas. Sabemos de quiénes hablamos, y qué productos nos
venden o nos intentan colar en las emisoras de radio de tendencia o
en los programas derivados de Disney Channel. Muchos de ellos con un
complejo de superioridad tremendo y con ínfulas de Michael Jackson y
Marilyn Monroe que les vienes excesivamente grandes. Canciones que se
fabrican en serie, sintetizadas e ideadas para el consumo y el lucro
indiscriminados. Resulta triste que los llamados fans de esta clase
de artistas venidos a menos pierdan, inagotables, tantas energías en
idolatrar a sus ídolos habiendo tanta buena música en el mundo
actual y a lo largo de la historia. Les podría garantizar que nunca
se cansarían de encontrar auténticas maravillas con las que
sorprenderse. Es evidente que las masas tienden hacia lo fácil. Lo
fácil no requiere atención.
Está
claro que sobre gustos no hay nada escrito y que para gustos, los
colores, claro que sí. A todos nos gusta más un estilo que otro
dependiendo de múltiples factores: nuestro estado de ánimo,
personalidad, sexo, edad, entorno cultural y familiar, etc. Pero hay
una gran diferencia entre tener un gusto diferente y no tenerlo en
absoluto. Si se piensa fríamente es injusto que exista gente que no
tiene gusto musical. Si una persona no tiene gusto es porque no
quiere tenerlo, no porque no tenga capacidad para tenerlo. Todos los
seres humanos podemos tener oído musical, si no no sabríamos cuando
cambiar las marchas de nuestros automóviles, por ejemplo. La gente
que no tiene gusto musical es porque no tiene interés o paciencia
para detenerse a escuchar algo bueno, y se contenta con la pachanga
banal y facilona. Es una falta de sensibilidad. La pereza y la
impaciencia son desfavorables a la hora de intentar desarrollar
sensibilidad y gusto musical. Podríamos vaticinar un mundo futuro
insuficientemente lejano en el que la música dejara de importar,
donde canciones como Love Will Tear Us Apart fueran
sólo ecos lejanos de una sociedad extinta que sentía, padecía y se
preocupaba por la cultura. Como si el gusto musical sólo pudiera
pertenecer a unos pocos hipsters,
freaks, nerds y demás
anglicismos que definen a individuos que sienten la curiosidad de
indagar en los entresijos de los más grandes potenciales humanos y
disfrutar de ellos.
Pero
para librarnos de profecías nefastas y apocalípticas como la que
acabo de sentenciar, es necesario afrontar la vida con actitud
positiva y hacer como dice la canción del gran Chet Baker y “Always
Look For The Silver Lining” y comprender que, si todos aquellos que
poseemos el sentido del oído tenemos las mismas posibilidades de
escuchar atentamente, entonces sólo hay que sacudirse la pereza y la
impaciencia y puede que principalmente perder los prejuicios.
Abandonarse al disfrute. Posiblemente, cuantos más seamos los que
nos emocionemos de verdad con un buen tema, mejor será el mundo. Un
mundo más relajado, más armonioso, como la track list de una
película. Siempre nos queda agradecer a los verdaderos artistas
(Djs, y músicos en general) que hoy día, con pequeñas
aportaciones, hacen del mundo musical, un mundo más grande, rico y
variado.
- No prejuzgar un estilo ni encasillarlo. Hay siempre un enorme abanico de posibilidades musicales esperando sorprendernos.
- No temer escuchar un grupo al que ya habíamos desechado o descartado de nuestra lista de reproducción. Los repasos son buenos y necesarios.
- Eliminar la falsa creencia de que sólo puede gustarnos un estilo. Ampliar horizontes en busca de nuevas experiencias musicales. Desde el blues arcaico, pasando por el soul, el funk, el beat, el rockabilly, el sonido motown, el punk, el ska, el pop hasta el indie más salvaje.