lunes, 11 de marzo de 2013

HoyTocaMúsica: Sobre la música y el mundo que viene





Ponerse a divagar y a filosofar, aunque sea a pequeña escala, escuchando música es de lo más habitual. Existen incansables debates a cerca de cuál es verdaderamente la buena música y cuál no. Para empezar, es importante conocer a fondo la historia del jazz, la historia del rock y, ya que nos ponemos, también la música clásica y hasta incluso tener nociones de solfeo. Es evidente que todo esto ayuda inmensamente a comprender y a apreciar mejor la buena música y, lo más importante, a disfrutarla de verdad. Pero no lo es todo, por supuesto que no.
Si hay algo verdaderamente cierto en todo este asunto enrevesado y controvertido de la calidad musical es que es más fácil de lo que pensamos distinguir la buena música de la que no lo es sin caer en la subjetividad. El método no es otro que el de aumentar la capacidad de escuchar con atención. Pasamos por la vida oyendo como por automatismo, sin una disciplina o un simple placer de escuchar los sonidos de las cosas. Pero, de repente, se hace el silencio y todos nos percatamos. Toda interpretación musical tiene un mensaje implícito en sus notas, sus letras, su orquestación, sus guitarras, sus sintetizadores, su percusión, su ritmo, su cadencia, su voz...Y la buena música es la que consigue transmitir ese mensaje. La que consigue que nos alcance su intención primera y última, que algo en nosotros cambie, que evoquemos realidades alternativas o recuerdos, que viajemos, que sintamos algo; ese inconfundible “nosequé”.
Es por eso mismo que rápidamente sabemos cuando una canción no es buena. Hay que partir siempre de la idea básica de que la música es arte y, como tal, tiene que tener unas bases artísticas, incluso artesanales, valga la redundancia, para llegar a ser buena música. No se debe andar comerciando con la música y convirtiéndola en subproductos de calidad nefasta. El arte que se compra y se vende pierde su valor. En una reciente entrevista a la cantautora española Christina Rosenvinge, a propósito de una referencia a Lou Reed y su Walk On The Wild Side en la letra de uno de sus singles, salió el tema a colación y comentó: “sólo la música que se compone con el alma y con la intención de manifestar algo al mundo, puede llegar a ser música de calidad”. Creo que por eso nos duele que personajes que no merecen ser nombrados sean llamados artistas. Sabemos de quiénes hablamos, y qué productos nos venden o nos intentan colar en las emisoras de radio de tendencia o en los programas derivados de Disney Channel. Muchos de ellos con un complejo de superioridad tremendo y con ínfulas de Michael Jackson y Marilyn Monroe que les vienes excesivamente grandes. Canciones que se fabrican en serie, sintetizadas e ideadas para el consumo y el lucro indiscriminados. Resulta triste que los llamados fans de esta clase de artistas venidos a menos pierdan, inagotables, tantas energías en idolatrar a sus ídolos habiendo tanta buena música en el mundo actual y a lo largo de la historia. Les podría garantizar que nunca se cansarían de encontrar auténticas maravillas con las que sorprenderse. Es evidente que las masas tienden hacia lo fácil. Lo fácil no requiere atención.
Está claro que sobre gustos no hay nada escrito y que para gustos, los colores, claro que sí. A todos nos gusta más un estilo que otro dependiendo de múltiples factores: nuestro estado de ánimo, personalidad, sexo, edad, entorno cultural y familiar, etc. Pero hay una gran diferencia entre tener un gusto diferente y no tenerlo en absoluto. Si se piensa fríamente es injusto que exista gente que no tiene gusto musical. Si una persona no tiene gusto es porque no quiere tenerlo, no porque no tenga capacidad para tenerlo. Todos los seres humanos podemos tener oído musical, si no no sabríamos cuando cambiar las marchas de nuestros automóviles, por ejemplo. La gente que no tiene gusto musical es porque no tiene interés o paciencia para detenerse a escuchar algo bueno, y se contenta con la pachanga banal y facilona. Es una falta de sensibilidad. La pereza y la impaciencia son desfavorables a la hora de intentar desarrollar sensibilidad y gusto musical. Podríamos vaticinar un mundo futuro insuficientemente lejano en el que la música dejara de importar, donde canciones como Love Will Tear Us Apart fueran sólo ecos lejanos de una sociedad extinta que sentía, padecía y se preocupaba por la cultura. Como si el gusto musical sólo pudiera pertenecer a unos pocos hipsters, freaks, nerds y demás anglicismos que definen a individuos que sienten la curiosidad de indagar en los entresijos de los más grandes potenciales humanos y disfrutar de ellos.




Pero para librarnos de profecías nefastas y apocalípticas como la que acabo de sentenciar, es necesario afrontar la vida con actitud positiva y hacer como dice la canción del gran Chet Baker y “Always Look For The Silver Lining” y comprender que, si todos aquellos que poseemos el sentido del oído tenemos las mismas posibilidades de escuchar atentamente, entonces sólo hay que sacudirse la pereza y la impaciencia y puede que principalmente perder los prejuicios. Abandonarse al disfrute. Posiblemente, cuantos más seamos los que nos emocionemos de verdad con un buen tema, mejor será el mundo. Un mundo más relajado, más armonioso, como la track list de una película. Siempre nos queda agradecer a los verdaderos artistas (Djs, y músicos en general) que hoy día, con pequeñas aportaciones, hacen del mundo musical, un mundo más grande, rico y variado.
Unos últimos consejos:
  • No prejuzgar un estilo ni encasillarlo. Hay siempre un enorme abanico de posibilidades musicales esperando sorprendernos.
  • No temer escuchar un grupo al que ya habíamos desechado o descartado de nuestra lista de reproducción. Los repasos son buenos y necesarios.
  • Eliminar la falsa creencia de que sólo puede gustarnos un estilo. Ampliar horizontes en busca de nuevas experiencias musicales. Desde el blues arcaico, pasando por el soul, el funk, el beat, el rockabilly, el sonido motown, el punk, el ska, el pop hasta el indie más salvaje.